El síndrome del autócrata
Por Juanca Romero Hasmen –
Es innegable que las pequeñas y medianas empresas españolas forman parte del gran tejido social de primer orden o de influencia directa sobre el consumidor. Desde la pequeña panadería del barrio o el carpintero a domicilio, hasta los supermercados o restaurantes que abastecen y ofrecen servicios al consumidor de la localidad.
Cuando la estructura falla
La línea de flotación de las pymes se arma en todo aquello que ocurre en el seno de la empresa, de puertas hacia adentro. La tendencia habitual pasa por culpar de los errores a los demás; el gobierno es el culpable, las grandes multinacionales son las culpables, la competencia es la culpable… ¿Ejercita el pequeño empresario y/o autónomo la sana virtud de la autocrítica?
Uno de los grandes problemas con los que se encuentra la pequeña empresa de puertas hacia adentro es la escasa o nula comunicación.
Por regla general se impone lo que hace unos años acuñé como el “síndrome del autócrata”, en el que la empresa se estructura de forma cónica, pero con dos hemisferios casi herméticos.
Conozcamos brevemente algunos de los principales rasgos que caracterizan este síndrome empresarial, y que recordemos, se refiere a la comunicación interna.
Una empresa que padece el síndrome del autócrata es aquella en la que no existe la comunicación, entendida como la autopista en el que los mensajes fluyen en todas las direcciones, sin trazar ejes verticales y horizontales. Lo que la empresa necesita exponer, se hace por decreto, por imposición del responsable de la empresa o su equipo más próximo.
Debemos aprender que la comunicación efectiva se establece cuando gestionamos lo poco que sabemos con lo mucho que escuchamos
Sirva como ejemplo una pequeña empresa, entre 3 y 6 empleados, en la que el órgano de dirección está en manos de una unidad familiar (madre e hijo por ejemplo). En este supuesto de empresa se detecta que la comunicación entre el órgano directivo y el resto de empleados está prostituida, llegando el mensaje truncado, distorsionado o simplemente no llega al resto de los componentes de la empresa.
Las decisiones se cimientan en lazos familiares, y en las que no se contempla la interrelación con los empleados que no tienen lazos sanguíneos. Esa alarmante falta de comunicación interna provoca que los empleados no sientan la empresa como suya, y recelen sobre el equilibrio que debe existir entre volumen de trabajo, sueldos y capacidad de mando de sus jefes.
La empresa con síndrome del autócrata está en manos de nefastos gestores, y me atrevo a decir sin ningún tipo de duda, que también está en manos de muy malas personas. Todos hemos conocido o trabajado en pequeñas empresas en las que el propietario sienta en una mesa de despacho a un familiar por el simple hecho de serlo, sin importar sus méritos académicos y formativos, y su capacidad para gestionar de forma eficiente la estructura del talento humano de los trabajadores.
De este modo podemos encontrar a auténticos tiranos imponiendo métodos de trabajo para los que no está preparado. La comunicación interna de este tipo de empresas está literalmente en el corredor carcelario, paso previo a la muerte y cierre definitivo de sus puertas.
Empresas en las que destinan cantidades ingentes de dinero para presumir de página web, alto número de seguidores en las Redes Sociales y bonitas entrevistas y reportajes en la prensa. Pymes preocupadas por la comunicación exterior cuando carecen de comunicación interior.